Postales "Memorias de La Perla"

Estas postales presentan fragmentos de testimonios de víctimas sobrevivientes que cuentan, en primera persona, lo vivido dentro del campo.

Están distribuidas en los diferentes espacios a lo largo del Recorrido histórico, acompañando la cartelería, disponibles para los visitantes.

Postales de memorias. Relatos

Testimonios sobre "la cuadra"

Los desaparecidos durábamos en un recinto de aproximadamente 20 metros por  70 metros. Tirados en colchonetas de paja. Con los ojos vendados. Con prohibición de hablar y moverse. Custodiados por gendarmería nacional. Subalimentados. Enfermos, sin noción de cuando empezaba o terminaba el día. Atemorizados constantemente por los gritos de los torturados o por el gemir agónico de los que perecieron (…). Aislados, solos. Navegando a oscuras en el horror, en la incertidumbre absoluta, hacia la locura. Convertidos en cosas en objetos con un número (el mío era 538). Esperábamos cotidianamente la muerte por fusilamiento o en algunos los fraguados “enfrentamientos” en cualquier calle. Así durábamos. Muertos pero vivos, como decían los militares.”

Testimonio de Carlos Pussetto, en facsímil de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas de Córdoba, Córdoba diciembre 1983.

“¿Qué justifica, por ejemplo, haber sacado del pabellón de detenidos-desaparecidos a uno de ellos (los detenidos) el día de su cumpleaños, anunciarle que inmediatamente iba a ser fusilado, vendarle los ojos, llevarlo a una oficina, arrancarle la venda de golpe y entre varios militares con copas de vino en la mano cantarle el “cumpleaños feliz” y llevarlo de vuelta a la colchoneta? (Y ese detenido-desaparecido era yo).” Testimonio de Carlos Pussetto, en facsímil de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas de Córdoba, Córdoba diciembre 1983.

“Día a día caían nuevos prisioneros. Todo se daba como en grandes contrastes: a largos momentos de silencio y quietud indescriptibles sucedían muchas horas de gritos, llantos, quejas, amenazas de los interrogadores-torturadores, prepotencia de los gendarmes, delirio de los prisioneros... 
En este clima pasé mi primera Navidad allí dentro. No faltó ni siquiera la música en esa circunstancia: un suboficial de gendarmería se apareció con un par de “sus muchachos” acompañados de guitarras y tocaron y cantaron algunas canciones en nuestro “honor”. Tampoco faltaron los que vinieran una semana después a desearnos un “feliz año 1977”.”

Héctor Kunzmann, actualización del testimonio para CoNaDeP brindado en 1984

“Vivíamos con los ojos vendados y en el primer periodo con las manos atadas, esposadas. Estábamos acostados permanentemente en una colchoneta de paja. No podíamos hablar ni movernos.
La cuadra por lo general estaba llena de secuestrados (…). Cada uno de nosotros, a pesar de la corta distancia que nos separaba, vivíamos aislados unos de los otros, por la venda y por el control.
El aislamiento produce soledad, angustia, ansiedad, desaparecen los pensamientos positivos, aquellos que promueven la acción, capaces de transformar la situación.
El aislamiento hacía de los interrogadores-torturadores y de la guardia nuestros únicos interlocutores y aparecían ante el prisionero como seres poderosos.”

Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984

“(Mirta conoció a) Nelly Goyochea, una mujer policía secuestrada junto a su marido. 
Mirta le había conseguido a Nelly un rosario porque era muy religiosa. El día que la iban a trasladar, cuenta Mirta que “Fogo” (Lardone) la vino a buscar porque Nelly quería hablar con ella. La vio atada con las manos atrás y una venda prolijamente ajustada. Así Mirta vio de cerca por primera vez como preparaban a los que iban a ser trasladados. Simplemente quería agradecerle por todo y ya que la iban a matar, susurró Nelly, quería devolverle el rosario para que le sirviera a alguien más. Pero Mirta trató de convencerla que la llevaban por fin a la cárcel y que allí le iba a hacer falta. Finalmente se lo colgó al cuello y lo puso por debajo de su camisa para que no se lo quitaran.”

Crónica acerca de las declaraciones de Mirta Iriondo, Diario del Juicio, H.I.J.O.S., Córdoba, 2008

“En realidad los días que pasamos juntos fueron poquísimos, pero vivo aquellos recuerdos como si hubiesen correspondido a mucho tiempo.
El haber compartido con ellos (otros prisioneros) aquel submundo, aquel silencio frío, lleno de gritos, de terror, angustias, el haber simplemente hablado con ellos en voz baja, de a pedazos, compartiendo todo, inocentes alegrías y mucho miedo, hace que los sienta parte de mi vida, como grandes amigos a quienes ya no podré olvidar.”

Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984.

"´La Perla´ era una dimensión ilegal, allí no corrían los derechos individuales, la dignidad humana, las leyes. Ellos eran dueños y señores de nuestras vidas, no existían pruebas ni defensas capaces de demoler sus acusaciones.”

Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984

“… el primer sábado o domingo de carnaval, apenas pasada la cena, ocurrió algo extrañísimo. De pronto cuando fuimos a lavar los platos y cacerolas al baño, se desató -entre bromas y bromas- un juego con agua que adquirió proporciones increíbles. Lentamente todos los compañeros se fueron sumando, incluso Tomás, que se preocupó en mojar a todas las compañeras más rezagadas.
La guardia, a pesar de sus ordenes no pudo parar "el carnaval"; opto por el silencio; detrás de las rejas nos observaban con preocupación pero riendo.
Descargamos todas las tensiones vividas. Los baños y la cuadra, cuando por cansancio terminamos, estaban casi inundados. Con paciencia, todos juntos, mojados hasta "los huesos", comenzamos a sacar el agua y secar.”

Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984

“El campo en si mismo era todo una tortura; era un sistema que actuaba contra el prisionero, del cual la agresión física es un aspecto.
Este sistema apuntaba contra nuestro equilibrio psíquico, nuestra conciencia de sí, nuestra dignidad, nuestra identidad política e ideológica, nuestra autoestima moral, es decir, contra la naturaleza de nuestra personalidad.
La Perla significaba una VENDA EN LOS OJOS que aísla a la víctima del mundo exterior. El aislamiento produce soledad, angustia, pasividad, inseguridad, desaparecen aquellos puntos de referencia que hacen vivir.
La venda ataca la identidad, la autonomía, genera confusión, aparecen momentos en blanco, donde lo racional no juega.
Este sistema de agresión psico-física nos introducía en una dimensión dominada por el miedo, el terror, donde, hasta renacen instintos primitivos.”

Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984

“Pasaba en La Perla: vos salías de allí y no sabías más nada. Vos entrabas allí y nadie sabía más nada de vos”. Posteriormente, continua con la enumeración hasta que recuerda a Honores, un obrero de la construcción que estaba encerrado con biombos. Una de esas noches se muere. “Sí, se muere por la tortura” enfatiza Ana, y ya no puede hablar. “Soria también muere por la tortura” agrega. Los relatos de los días se desordenan y se puebla de tristeza.”

Crónica sobe el testimonio de Ana Mohaded, Diario del Juicio - H.I.J.O.S., Córdoba, Argentina  2008.

“En el campo de concentración la vida cotidiana fue un tiempo y un espacio que se usó simultáneamente para mantenernos (a los "muertos que caminan", como nos decían) a la espera del "camión" (la ejecución) y para someternos a la más horrenda tortura psicofísica. Son inexplicables las situaciones kafkianas por las que se nos hizo pasar a seres humanos que ya estábamos -por definición- sentenciados a muerte.”

Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, Sobrevivientes de La Perla, El Cid Editor, abril de 1984

“Había que readaptarse y desarrollar nuevos esquemas perceptivos. Aprender a moverse dentro de la inmovilidad para que el cuerpo no se entumeciera; a caminar sin tambalearse, perdiendo el miedo a caer o tropezar con objetos invisibles cuando éramos llevados por la guardia al baño. Agudizar el oído para reconocer ruidos, escuchar un murmullo o volvernos sordos ante los gritos desgarradores de los torturados o comer de memoria, ubicando el plato y alzando la mano exactamente hasta la altura de la boca.
No existían días ni noches. Los parámetros eran otros.
Descanso significaba la mayoría de las veces estar solos en la colchoneta o bajo la custodia de la guardia de Gendarmería, que en oportunidades permitía algunas "libertades", como levantarse un poco las vendas, hablar o sentarse.
A la voz de "ahí vienen los interrogadores" todo quedaba en silencio e inmóvil. Resurgía el terror que por algunas horas parecía haberse atenuado u olvidado a modo de evasión de ese infierno.”

Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, Sobrevivientes de La Perla, El Cid Editor, abril de 1984

“La luz de la cuadra estaba siempre prendida de noche. Entre el día y la noche no había gran diferencia. De día estaban los interrogadores cumpliendo sus tareas de tipo administrativo, tomar declaraciones escritas, etc., y a la noche era terrible porque escuchábamos los preparativos previos a la realización de una nueva cacería: un clima de creciente excitación, movimiento de autos, prueba de armas, disparos, gritos y la partida; nos quedábamos congelados porque pronto volverían con nuevos secuestrados.
Cuando volvían escuchábamos los gritos desgarradores del torturado, al compás del palo. Gritos que se iban transformando en gemidos como de animal, junto con los insultos y amenazas de los torturadores. Y uno recordaba invariablemente su propio calvario.”

Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, Sobrevivientes de La Perla, El Cid Editor, abril de 1984

“Un obrero de Fiat, Oviedo, al poco tiempo de la noche que recordamos como "la última cena", repartió semillas de naranja, por aquello de que un hombre debe plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro; un poco en broma y un poco en serio nos dijimos que quien sobreviviera plantaría después una planta por el otro. El "Panza", así le decíamos, tuvo una crisis nerviosa una noche, intuyendo tal vez su muerte. Le pidió a Romero que definieran su situación, que le dijeran qué iba a ser de él, si lo iban a fusilar o no. Romero lo consoló y le dijo que se quedara tranquilo, que iban a sobrevivir. A la mañana siguiente lo trasladaron. El agente civil conocía perfectamente lo que ocurría; comentó después que era mejor tranquilizarlo para que no provocara escenas molestas.”

Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, Sobrevivientes de La Perla, El Cid Editor, abril de 1984

“Permanecíamos todo el tiempo acostados sobre colchonetas rellenas de paja y tapados con mantas militares de color gris, sucias y manchadas de sangre. Es muy difícil de contar el terror de los minutos, horas, días, meses, años, ahí vividos.
En el primer tiempo, el secuestrado no tiene idea del lugar que lo rodea. Unos nos lo habíamos imaginado redondo, otros, como una especie de estadio de fútbol, con la guardia girando sobre las cabezas.
No sabíamos en qué sentido estaban nuestros cuerpos, de qué lado estaba la cabeza y hacia dónde estaban los pies. Recuerdo haberme aferrado a la colchoneta con todas mis fuerzas, para no caerme, a pesar de que sabía que estaba en el suelo.”

Testimonio de Liliana Callizo ante el consulado argentino en Bilbao, España, Marzo de 1984

“En “LA CUADRA” murieron muchos compañeros. A nuestro lado, sentíamos el quejido de la agonía, lamentaciones por el dolor. La gente autorizada podía acercarse y estar al lado de ellos hasta que se morían. Luego, delante de nuestros ojos, la guardia lo ponía sobre una manta y entre cuatro lo llevaban afuera.”

Testimonio de Liliana Callizo ante el consulado argentino en Bilbao, España, Marzo de 1984

“(El Gral. Menéndez) en una oportunidad visitó “la Cuadra”, acompañado del capitán Barreiro que caminaba a su lado y un poco más atrás iba el capitán González, entre otros. Vestía como siempre acostumbraba, con pantalón claro (tipo breeche), con cinturón de cuero sobre el saco marrón, botas marrones de montar a caballo, brillosas, nuevas, lisas, llevando en la mano una fusta con la cual golpeaba su bota al caminar. También iba con gorra con visera (la típica gorra de general o altos mandos). (…) Su rostro era inmutable, serio, y parecía que ladraba. Los miembros de inteligencia y tropa lo llamaban “EL CACHORRO” por su cara de perro. (…) Su llegada coincidía siempre con traslados.”

Testimonio de Liliana Callizo ante el consulado argentino en Bilbao, España, Marzo de 1984

“Tal cual nos definían nuestros verdugos, éramos "muertos en vida", totalmente solos e indefensos. Sin ninguna posibilidad de ayuda externa, jamás reconocidos. (…) Hubo que soportar los algodones en los ojos y la venda que nos tapaba la cara, las luces potentes que iluminaban el lugar y que atraían a cientos de cascarudos y juanitas durante las noches. 
Hubo que soportar el manoseo de la requisa, del cacheo, de que nuestros guardias nos miraran mientras nos bañábamos. 
Sobre todo, hubo que aprender a vivir como desaparecido, sabiendo el dolor de nuestra familia buscándonos sin descanso, recibiendo siempre la misma respuesta negativa.”

Testimonio de Teresa Meschiati, Legajo CoNaDeP 4279, diciembre de 1983

“En La Perla pasamos todo el mundial, nosotros éramos rehenes, dicho por ellos, Vergara, el Gino: “Ustedes son rehenes del mundial, llega a pasar algo y ustedes van a mirar las margaritas desde debajo de la tierra, en vez de mirar la flor, van a mirar las raíces”. Ahí nos decían en calidad de qué estábamos: “ustedes son las causas de ustedes, no se van a mover en absoluto“, “ustedes nos son nadie, no son nada”, “ustedes no existen”, “ustedes están jugando su propio mundial” (…) ganó Argentina tres a uno. Nosotros estábamos felices no porque Argentina había ganado sino porque no había pasado nada en el mundial, entonces nosotros nos relajábamos en ese sentido.”

Testimonio de Juan José “Toto” López en “El mundial `78, fútbol, terror y comunicación”, tesis de grado para la licenciatura en Comunicación Social, UNC, de Alejandra Gómez, 2005.

“Me acuerdo que había mucha movilidad y después nosotros nos enterábamos como iba el mundial. Nosotros escuchábamos a la mañana a la Norma Landi con “Ventana al Hogar”, que era un pedacito con la última guardia que estaba y tenía una radio y después asociábamos algún dato que lo transformábamos y lo analizábamos , porque un dato de afuera valía más que cinco millones de dólares, porque ahí lo que uno quiere es estar preso, fíjate lo paradójico, porque es una garantía de que estas vivo, preso, no desaparecido, ahí no sos nada, no existís, añorábamos ir presos y salir de ese estado de total incertidumbre. Insisto en esto, no existías, añorábamos ir presos y salir de ese estado de total incertidumbre, de no ser nada ir a la cárcel significaba que te reconocían, lo paradójico es que uno deseaba ir preso.”

Testimonio de Juan José “Toto” López en “El mundial `78, fútbol, terror y comunicación”, tesis de grado para la licenciatura en Comunicación Social, UNC, de Alejandra Gómez, 2005.

“Un tema recurrente entre las mujeres era la angustia por desconocer el destino de sus hijos. Mirta cargó durante todo el tiempo que estuvo secuestrada, con la imagen de Bruno (su hijo) abandonado y sólo. Junto a Nelly (otra detenida) habían ideado un regalo para el día de la madre. Mirta lograba sacar papel y lápices de las oficinas cuando la enviaban a limpiar la sangre de los golpeados. Nelly había escrito una tarjeta para cada una de las secuestradas con el nombre de sus hijos y una frase dentro.”

Crónica acerca de las declaraciones de Mirta Iriondo, Diario del Juicio, H.I.J.O.S., Córdoba, 2008

“Intento describir ese infierno con la certeza de que es imposible, era otro mundo donde todos los parámetros normales se trastocaban. Me es imposible remontarme a esa época sin pensar en ella como si siempre hubiera sido de noche. Si para una situación normal lo cotidiano era la luz para nosotros la cotidianeidad era la oscuridad.
Finalmente teníamos asimilada la venda como una parte de nosotros mismos.
Había estricta prohibición de hablar. El silencio aplastante era roto sólo por los gritos que quienes estaban siendo torturados, por las carcajadas de los torturadores y por el motor de los autos al estacionar y partir para nuevos secuestros. (…) Teníamos alterado el sentido de la distancia. A veces era posible comunicarse con quien estaba al lado pero no sabíamos quien estaba a tres metros de distancia.”

Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998

“Nos despertaban a las 7 de la mañana y así un nuevo día de horror comenzaba.
Era terrible despertarse, no queríamos nunca que llegara el día... cada mañana pensábamos: un día más de horror a soportar, el sueño era el único refugio que teníamos y con las guardias que nos hacían estar acostados todo el día, creo que yo dormía 20 horas por día, sin ninguna exageración.
Tampoco dormíamos profundamente, era como nunca estar dormido y nunca estar despierto, uno entra en un estado de somnolencia, de letargo, muy extraño.”

Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998

“No podíamos ubicarnos geográficamente en Córdoba, nos parecía que estábamos en la Luna, en algún lugar fuera de la realidad... eso es lo que ellos querían conseguir, esa sensación de indefensión e irrealidad que permitiera manipularnos mejor, dejarnos sin defensas, sin ningún referente, sin ningún gesto posible de humanidad salvo los que ellos (los represores) podían hacer...”

Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998

“… a los pocos días de mi secuestro, (en) junio del 76, (…) Graciela (Doldán)  me preguntó: “¿Vos que pensás que nos va a pasar?”, le contesté: “Nos van a matar a todos”, Graciela: “Bueno, muy bien, mejor que pienses eso para poder hablar entre nosotras francamente. Yo pienso lo mismo pero quizás alguien quede vivo, tenemos que averiguar todos los datos que podamos e intercambiar para que todos manejemos todo”. También me dijo que ella quería que nos mantuviéramos juntos y organizados (…) El día que descubrieron que nos estábamos intentando organizar, a fines de julio, entró José López con 20 gendarmes armados, haciendo ruido con sus metralletas y diciendo que nos iban a matar a todos (…) a Graciela, a mí y a otros nos aislaron, esposaron, pegaron (...) Sin embargo no fracasó la tentativa, hoy estoy escribiendo esto en continuidad y fidelidad de lo conversado con Graciela en junio de 1976 en el campo de concentración La Perla. “alguien va a salir y tiene que tiene que contar””

Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998

“La cuadra no solo fue terrible por la tortura y por la venda sino porque nos sabíamos desprotegidos, sabíamos que el resto del país no sabía de nuestro sufrimiento, sentirnos ignorados era lo terrible.
Esa era la cuadra, otro mundo, otra Argentina, era la otra cara del Mundial, la otra cara de la política económica de Martínez de Hoz, la otra cara de la tranquilidad en las calles… la tranquilidad de los sepulcros. Sé que no expreso en este relato lo que realmente se sentía en esa situación, y sé que quizás no pueda expresarlo nunca.”

Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998

Testimonios sobre las "oficinas"

“En un momento posterior al primer interrogatorio, el Capitán Barreiro me informa textualmente: “Bueno pibe, para ponernos en claro… los uniformes que viste hoy a la mañana, los camiones y todo el dispositivo en la Terminal, son cobertura, “son verso”. Acá no estás detenido, acá estás secuestrado ¿Está claro? De aquí en más pasaste a engrosar la lista de los desaparecidos. Esto es el Comando Libertadores de América, no sé si me entendés, estás muerto… pero estás vivo”

Testimonio de Carlos Pussetto, en facsímil de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas de Córdoba, Córdoba diciembre 1983.

Testimonios sobre duchas y baños

“… ejemplifica con anécdotas de las duchas donde veían a los gendarmes que se paraban detrás de los círculos de las puertas a mirarles el cuerpo. Un cuerpo lastimado, vejado, enfatiza. “Encima de esa lastimadura estaba esa mirada. Ya era una violación.” (Crónica sobre el testimonio de Ana María Mohaded, Diario del Juicio - H.I.J.O.S., Córdoba, Argentina  2008)

“Cuando se dieron las condiciones supimos aprovecharlas para hablar, y en los días sucesivos, cuando ya podía moverme nos las ingeniábamos para correr nuestras colchonetas y acercarnos.
Tiempo después nos toco bañarnos juntos. “La Perla" se llenaba rápidamente de prisioneros; era un baño con duchas colectivas muy grande. Éramos 5 o 6 campañeros de infortunio; nos sacamos las vendas, nos miramos…” (Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984)

“Una vez encontré en la sala donde estaban las duchas, que era un lugar bastante grande por lo que solían guardar material que no les entraba en las oficinas, una revista, en castellano, pero de origen alemán, donde había un análisis científico de los resultados obtenidos en el aspecto síquico si se sabía combinar la tortura síquica y física.
Había un diagrama del cerebro, con aros que marcaban las distintas áreas de la siquis, donde se veía claramente las diferentes etapas por las que iba pasando la persona que sufría este tipo de represión sistemática. Hacía una mención especial sobre la necesidad de obligar a usar la venda en los ojos. Era un estudio de los métodos aplicados en la Alemania nazi.” (Testimonio de Liliana Callizo ante el consulado argentino en Bilbao, España, Marzo de 1984) 

Testimonios sobre el galpón de automotores

“(a partir de 1977) fui obligado a realizar  las tareas del taller de mantenimiento de los automotores utilizados por la Sección para sus actividades, incluidos los secuestros de otros compañeros. 
Allí  fui obligado a trabajar en compañía de otro detenido-desaparecido,  JOSÉ CARLOS PERUCCA, llamado “César” en el lugar, y trasladado con destino desconocido entre los días 24 y 27 de mayo de 1977. 
Al principio se nos hizo creer que había sido trasladado a la ciudad de Rosario por razones “operativas”, pero al poco tiempo quedó claro, por infidencia de algún personal de inteligencia, que en realidad había sido llevado por personal del Batallón de Comunicaciones 141 para ser fusilado en venganza por la muerte un año atrás de un oficial de ese batallón supuestamente en manos de las Brigadas Rojas, organización a la que perteneciera “César”. 
En esas “tareas” me desempeñé durante el resto de mi estadía en el Campo, siendo obligado a trabajar muchas veces casi ininterrumpidamente durante 8, 12, 16 horas...” (Héctor Kunzmann, testimonio para CoNaDeP brindado en 1984 con modificaciones del testimoniante para este espacio)

“Los detenidos, atados de pies y manos, vendados y amordazados, habían sido llevados horas antes al galpón y luego pudimos observar cómo fueron cargados por los interrogadores y numerosos uniformados en un camión Mercedes Benz, arrojándolos a la caja como bolsas de papas. Presenciando esto estaban el general Centeno y unos cinco oficiales de alta graduación, quienes partieron tras el camión en una camioneta Ford del ejército.” (Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, Sobrevivientes de La Perla, El Cid Editor, abril de 1984)

“… el capitán ACOSTA mató de un escopetazo a un compañero en la calle, cuando realizaba un procedimiento. El sargento primero PADOVAN, que nos odiaba profundamente, me mandó a lavar un Renault 4 propiedad del compañero asesinado. Recuerdo la imposibilidad de hacer esa tarea, porque no podía olvidar quién había estado adentro, además los vidrios estaban rotos y había sangre coagulada por todos lados.” (Testimonio de Teresa Meschiati, Legajo CoNaDeP 4279, diciembre de 1983)

“En los galpones había: en uno vehículos en uso, se trataba de vehículos particulares robados y en otro vehículos viejos, rotos, en desuso. En este último galpón estaba la sala de tortura. El recuadro frente a la sala de tortura era una pequeña alambrada. En este segundo galpón había caballerizas en desuso, allí ponían a los que morían en el secuestro o en la tortura hasta que los enterraban.” (Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998)

Testimonios sobre torturas

“De las oficinas la llevan a la sala de torturas, un lugar “pequeño, bajito y sofocante, con mucha gente”, según recuerda. Allí, Victoria ve a Vergéz con la picana en sus manos haciendo chispas mientras Hermes Rodríguez la sujeta de las manos y le sugiere que no se haga golpear.
La situación es intimidatoria, pero hay algo que a Victoria la daña y vuelve mucho más indefensa y es la “terrible vergüenza por estar desnuda” entre toda esa gente. Despojada de sus ropas sólo le queda una cadenita con una cruz colgada de su cuello. Barreiro se la arranca y le sentencia como una maldición irremediable: “La única cruz que vas a llevar es la que te vamos a provocar nosotros para el resto de tu vida”. (Acerca del testimonio de Maria Victoria Roca, Diario del Juicio - H.I.J.O.S., Córdoba, Argentina  2008)

“En la sala de tortura, donde fui atado con cadenas y alambres a una cama de hierro, un grupo de militares y un medico, con corriente eléctrica, con golpes de puño, patadas, con un grueso pedazo de cable, con un cinturón de cuero, con un palo, me torturaban entre gritos e insultos. Simultáneamente me interrogaban utilizando para tal fin los momentos de descanso.
Los tiempos fueron interminables. No satisfechos trajeron incluso a mi compañera embarazada de 5 meses, cuya presencia en el campo desconocía. Ella fue maltratada y golpeada en mi presencia y debió soportar, también, las escenas de tortura a la cual fui sometido.” (Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984)

“El capitán Barreiro, a fines de 1976, sintetizó el método de tortura empleado en La Perla en un gráfico que estaba colgado en una oficina-interrogatorio, que tuve oportunidad de ver, y consistía en una figura humana similar al dibujo de Leonardo (“anatomía humana según proporciones ideales”) acompañando al círculo, leyendas superpuestas explicando el ciclo de torturas y objetivos perseguidos.” (Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984)

“A la mañana siguiente fui llevado nuevamente a las oficinas donde, después de ser despojado de las vendas de los ojos, se presentó una persona diciéndome más o menos textualmente: “Buenos días! Me llamo Luis y pertenezco al glorioso e invicto Ejército Argentino! Vos no estás detenido legalmente, sino secuestrado, desaparecido. Aquí no hay abogado ni cosa alguna que pueda ayudarte! Nosotros somos ahora los dueños de tu vida”. Se trataba de Luis Manzanelli, alias “Luis” o “Piazze”, en ese entonces sargento ayudante del ejército.”  

Héctor Kunzmann, actualización del testimonio para CoNaDeP brindado en 1984.

“La forma superior de tortura en la cual se sintetizaba el método, era la “picana eléctrica", a la cual recurrían en última instancia, era precedida por ciertos preámbulos donde se nos atemorizaba: "lo peor no ha llegado", “ya verás lo que te espera”.
Efectivamente, con las manos atadas, los ojos vendados, a empujones y a rastras nos condujeron a una sala en la cual se nos obligo a desnudarnos.
Luego fuimos atados, manos y pies, con alambres y cadenas a una cama de hierro. Un grupo do interrogadores-torturadores, asistidos por un médico, inició su labor. Las picanas eléctricas (la "chica" y la "grande"), los palos, puñetazos, el interrogatorio, los propios gritos se entremezclaron en una vorágine indescriptible.
El médico era quien controlaba el estado del prisionero. Auscultaba el corazón y luego de un breve descanso consentía continuar. Era quien previamente a ser sometidos a esta tortura, nos preguntaba si sufríamos del corazón.” (Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984)

“A los dos o tres días fui sacada del CAMPO LA PERLA por el SARGENTO HUGO HERRERA, “HUGO”, “QUEQUEQUE”, y conducida a una casa cerca del Río I, pero no vi exactamente el lugar, y fui violada por éste mientras otro suboficial “EL CURA”, hacía guardia afuera y sostenía la puerta para que yo no pudiera salir. Estaba de guardia en el CAMPO DE LA PERLA ese día el capitán GUILLERMO BARREIRO, “HERNÁNDEZ”, quien dio la autorización para que me sacaran.” (Testimonio de Liliana Callizo ante el consulado argentino en Bilbao, España, Marzo de 1984)

“La aplicación de la tortura dependía de una planificación represiva, con el principal objetivo de lograr información y destruir, por medio de la denigración, el menosprecio, la incertidumbre y el miedo, la destrucción del ser humano.
Intentaban cambiar con los golpes y la continua presión sicológica, los valores morales, sociales, políticos de los secuestrados.” (Testimonio de Liliana Callizo ante el consulado argentino en Bilbao, España, Marzo de 1984)

“… según el Capitán Juan Carlos González “Cuando se tortura a un detenido no se siente ningún cargo de conciencia ya que lo que se tiene entre las manos no es un ser humano, es una cosa”.” (Testimonio de Carlos Pussetto, en facsímil de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas de Córdoba, Córdoba diciembre 1983.)

“… me trasladaron a una sala, estaba de pié, me caía por las heridas producidas por tantos golpes y por la caída del auto y la imagen de mi marido muerto. (…) apareció otro hombre gritando que habían encontrado mi ficha que les había sido entregada por el decanato de la facultad de Derecho. Me llevaron a la rastra a la sala de tortura, situada al lado del hangar de autos viejos y donde también hay establos, para lo hay que cruzar un patio desde el edificio central. Me desnudaron y ataron al elástico de una cama. Me aplicaron dos picanas, una de 220 en el cuerpo y otra de voltaje inferior en la cara, ojos, labios, cabeza. (…)
Luego me llevaron al establo, a pocos metros de la sala de tortura, pude ver a Jorge (su marido), me permitieron besarlo pero no cerrarle los ojos.” (Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998)

“A fines de enero del nuevo año fui designado junto con un par de compañeros a tareas de dactilografía (me había “recomendado” un compañero sin que yo lo supiera) siendo llevados algunas horas a la mañana y otras a la tarde a una oficina contigua a la “cuadra” donde se me impuso la tarea de la confección en 3 ó 4 copias de la carpeta de acciones de la Sección de Actividades Especiales de Inteligencia (léase Campo de Concentración y Exterminio de La Perla) durante el año 1976, en base a un montón de datos desordenados y escritos en papeles y papelitos de todo tamaño.” Héctor Kunzmann, actualización del testimonio para CoNaDeP brindado en 1984.

“Al prisionero, durante la etapa de interrogatorio y tortura, se le tomaban declaraciones en torno a sus datos personales e historia personal. Esta práctica la llamaban “previo" y eran las primeras hojas de una carpeta, en cuya tapa estaba escrito el nombre y el apellido del prisionero junto a un número. Este número nos correspondía según un orden de llegada al campo y era nuestra ficha de identificación. Cada uno conocía su número y no debía olvidarlo.Durante la primera etapa todos los prisioneros eran obligados a revisar un archivo de fotografías conformado por álbumes correspondientes a presos políticos y comunes detenidos en la Penitenciaria; -estudiantes de las distintas facultades; obreros dependientes de distintas fabricas; personas detenidas en averiguación de antecedentes por la Policía Provincial y Federal por haber participado en manifestaciones populares; soldados conscriptos que estaban realizando el Servicio Militar Obligatorio.”

Testimonio de Piero Di Monte, ante el Consulado Argentino en Milán, Italia, 27 de abril de 1984.

“La tortura con el palo fue algo terrible; "Texas" creaba una verdadera escenografía terrorífica.

El tormento comenzó cuando fui llevado a una oficina, con las manos atadas por delante de mi cuerpo. Me sacaron la venda de los ojos y entonces "Texas" comenzó a apalearme precisa y rítmicamente con un palo de madera similar a los de la policía, mientras decía; "Quiero una casa, una casa... un nombre, un nombre...". A cada pregunta y a un ritmo de uno por segundo, aproximadamente, un palazo.
No era un golpe brutal, sino medido pero contundente. Los blancos preferidos eran las articulaciones de las manos, codos hombros, brazos, rodillas, canillas, tobillos y la cabeza, es decir todos los lugares donde los huesos son muy superficiales.
Como no tenía los pies atados yo trataba de esquivar los golpes corriendo por la habitación, pero era imposible escapar al castigo. Estaba rodeado de otros torturadores, y cuando tropezaba y caía me arrojaban al centro de la habitación otra vez, como a la jaula de un león. Así, fui cayendo cada vez más seguido. Y cuando me levantaba, una nueva zancadilla me arrojaba al piso. Comencé a desfallecer mientras los palazos continuaban al mismo ritmo, al igual que los gritos de "Texas" y sus secuaces. Finalmente caí y no pude levantarme. Entonces me sostuvieron entre varios hasta que me desvanecí.”

Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, Sobrevivientes de La Perla, El Cid Editor, abril de 1984.

“Recuerda un papel que tenía la instrucción del “método del Lancheo” que era detener a “los subversivos” con vida y no dispararles ni en el pecho ni la cabeza. También, las tres veces que en esos doce días le pasaron una carpeta con fotos para que reconociera. “Yo cruzaba los ojos para no hacer muecas y que no se notara si reconocía a alguien”.

Crónica sobre el testimonio de Ana Mohaded, Diario del Juicio - H.I.J.O.S., Córdoba, Argentina  2008.

“… a mí en varias oportunidades me sacaron de la cuadra y me llevaron a una habitación donde continuaba estando vendada pero sola, hasta que después me ponen en una habitación con otras dos personas, donde seguimos estando vendados pero no tan rigurosamente. Después, con el tiempo, podíamos estar sin la venda dentro de la habitación… (…) (primero) me separaron en una habitación, después esa realidad fue para mí peor porque durante la noche, permanentemente, entraban en la habitación y me tocaban, supongo, con la punta de los fusiles, y no me dejaban dormir.”

Testimonio de Cecilia Suzzara en El Diario del Juicio, Ed. Perfil, 1985.

“… también he visto a un señor que se hacía llamar Vergara y luego me entero que su verdadero apellido es Vega, y él me lleva también a una oficina y también me saca la venda lo veo; yo a los dos (Vega y Manzanelli) les digo que por qué me han torturado, y ellos me dicen: “no yo no te torturé”, yo les digo que les he reconocido la voz, y los dos me dicen: “bueno, sino torturamos, acá no vamos a poder hacer nada”.

Testimonio de Ana María Mohaded en El Diario del Juicio, editorial Perfil, 1985.

“A cada secuestrado le tomaban una declaración escrita llamada "previo".

A medida que la represión fue obteniendo resultados positivos en su objetivo de eliminar toda idea opuesta a la dictadura militar, comenzó a producirse un relajamiento general en las metodologías aplicadas para la interrogación. La muerte de Tejeda, uno de los más eficaces torturadores, contribuyó a un cambio del clima general.
Simultáneamente, a instancias de Barreiro, un experto torturador, se comenzaron a implementar técnicas de utilización de los prisioneros.” Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, Sobrevivientes de La Perla, El Cid Editor, abril de 1984.

“En las oficinas donde “interrogaban”, en las paredes habían puesto clavos para colgar los diferentes elementos de tortura que utilizaban.

El más común era una especie de goma de 1,50 de largo, con muchos hilos metálicos dentro, que producían un dolor indescriptible.
Otros eran gruesos palos de madera maciza, botellas vacías, sillas. (…)
Durante mucho tiempo, las oficinas mostraban manchas de sangre en las paredes y de pisadas, dejadas por las patadas que no llegaban al prisionero.”

Testimonio de Liliana Callizo ante el consulado argentino en Bilbao, España, Marzo de 1984.

“La llegada del secuestrado con el bagaje de información que pudiera acumular en su cabeza (la cual había que sacar por cualquier medio y lo más rápidamente posible), era considerada como "una fiesta" por el conjunto del personal militar y civil de La Perla. 

Todos rodeaban al detenido al cual se interrogaba vendado. Primero se lo intentaba "ablandar" hablándole del rol que cumplían los oficiales jóvenes como salvadores de la Patria, o bien se utilizaban golpes de puño, palos, patadas, amenazas, gritos, etc. Durante bastante tiempo, las paredes de las oficinas mostraron las manchas de sangre seca o marcas de pisadas. 
Posteriormente el detenido era llevado a la "sala de terapia intensiva"”

Testimonio de Teresa Meschiati, Legajo CoNaDeP 4279, diciembre de 1983

“… luego de darme una paliza pude conseguir una hoja de afeitar que habían olvidado sobre el escritorio e intenté cortarme las venas. Me la confiscó Tejeda quien me dijo: "no te vas a poder morir nena, aquí vas a vivir todo el tiempo que queramos nosotros, aquí somos Dios". Matarse era la única manera de huir de ese horror, de la tortura, pero tampoco era posible. Poco a poco me daba cuenta que a pesar de todo lo que luché desde que me secuestraron no habían posibilidades de huir ni de matarme, ni de esperar un juez ni un abogado, claro, el margen de decisión personal se hacía cada vez más pequeño, que las defensas naturales que tenía no me servían.”

Testimonio de Graciela Geuna ante el consulado español en Ginebra, 9 de julio de 1998

“… a cada detenido se nos hacía una carpeta en donde ellos ponían todo el contenido de las declaraciones, con todos los datos personales, después esas carpetas llevaban en la carátula el nombre de cada uno y eran remitidas al Destacamento de Inteligencia 141 (…) pero en la última época, había un fichero en donde consignaban los nombres de todas las personas, en terminología de ellos, “elementos detectados”, ponían nombre, todos los datos personales de la persona en cuestión, si tenían foto adjuntaban foto a esa ficha y en la parte de atrás ponían si tenían conocimiento de qué accionar político o relaciones con personas vinculadas con distintos partidos u organizaciones políticas (…) y si estaba muerto, preso o en libertad”

Testimonio de Cecilia Suzzara en El Diario del Juicio, Ed. Perfil, 1985.