El impulso de las palabras. Textos para los Encuentros
Acompañanado Matías invitamos a escribir y reflejar en palabras la histórica lucha de Abuelas y la enorme emoción y compromiso que acompaña esta y cada luz que se enciende en el Patio de las luces del Archivo de la Memoria.
"Me emocioné con cada poema, con cada escrito, que han leído. Con las palabras de Sonia y todo el cariño que me llega. Pero quería rescatar de las últimas palabras de Sonia cuando decía que la lamparita 130 es mía, yo siento que es de todes. Como también siento que una parte de las otras 129 me pertenecen. La mía es un símbolo colectivo. Entiendo que no hay un símbolo más lindo que una luz que se prende. Porque es un símbolo de esperanza, un símbolo de vida, de dar a luz, un símbolo que vence a la oscuridad, en cada amanecer”, dijo Matías mientras ase abrazaba a Sonia que con su presencia incondicional nos desafía todos a seguir la búsqueda.
Compartimos los relatos de Eugenia Almeida, Griselda Gómez, Soledad Boero, Florencia Ordoñez, María Laura Villa, Hichi Parodi, Roberto Martinez.
Luces
luces de un tiempo excepcional. ¿Qué buscamos en estas luces? Quizás lo no dicho, quizás lo escondido en los corazones de aquellos hombres y mujeres brillantes que dieron sus vidas por esta patria grande tan castigada, quizás el interior enigmático de una época desgarrada que muestra sus ausencias, sus faltas, sus ruinas, quizás las entrelíneas de una historia demasiado sobrecargada de tragedias, errores, victorias y derrotas que no deja de lanzar, como escribiera Benjamin en otra encrucijada dramática, al frágil cuerpo humano a la inclemencia de fuerzas que no parecen hacer otra cosa que recordarle su infinita pequeñez, quizás... La incertidumbre que emerge. Poderosa. Convulsionante. El presente que intenta devorar, a un mismo tiempo, al pasado y al futuro, con brutales violencias materiales y discursivas. Sin embargo, diría el compañero, aprendimos a guardar los saberes amenazados y antiguos. Aprendimos a buscar los tesoros, que son luces, huellas que hay que aprender a descifrar constantemente: legados, herencias, tradiciones, experiencias, escrituras y resistencias que nos recuerdan que nada de lo acontecido en la historia permanece a salvo cuando sopla el viento huracanado de los vencedores pero, del mismo modo, que nada de lo que ha dejado marca en lo más recóndito de la memoria se despide de esa misma historia sin ejercer su derecho a la ruptura, a la disconformidad y a la espera que alimenta amorosamente los sueños, las utopías, las leyendas, las acciones alocadas, los giros inesperados y la infinita tenacidad por impedir que todo sea aún peor. La tenacidad de persistir, de iluminar. Bienvenido, gracias por la luz
Roberto Martinez
El patio de las luces es también el patio de los encuentros. Es, tal vez, uno de los más resignificados por las luces de su lucha; por los estudiantes que transforman los sentidos y las memorias; por los abrazos que genera; por lo que el teatro le permite contar; por la música que regala mágicos instantes. Quienes trabajamos aquí también lo hacemos cómplice de algún descanso, pucho, almuerzo, secreto. En este laburo, a veces militante, convivimos con las historias que habitan estas luces. Sabemos sus nombres, el día que nacieron, qué estudiaban, por qué luchaban, cuando desaparecieron. Cada historia nos interpela por cercanía familiar o amistad, por identidad política o militante, por la sensibilidad que nos devuelve y generan sus imágenes, esas que no envejecen y nos impulsan a llenar los rostros que faltan. Esas fotos que cotidianamente nos interpelan. Muchas veces camino la sala de Abuelas preguntándome si será posible encontrarlos y abrazarlos. Muchas, lo siento imposible. Por eso cada encuentro se siente propio. Guido, Matías, Marcela, Gustavo, Belén… Desde hace algunos Jueves, mientras colgamos las fotos en el pasaje, me quedo mirando a “La Normita”. La veo iluminada. Aunque su imagen es inmóvil, tanta luz y alegría hace que se resalte su sonrisa. Esa sonrisa que quedó retratada en algún instante de verdad. Marcos me comparte una foto de su hermana. Ver esa foto me alivia, ya no le decimos la 129, ahora la llamamos por su nombre: Marcela. Cada encuentro nos es propio, porque las luchas son colectivas, y en cada encuentro somos muchos pensándolos. Muchas y muchos que hicieron propio el dolor, la lucha y la celebración de los encuentros. Éstos días de encuentros son también días de Justicia. Bienvenido Matías!.
María Laura Villa
PALABRAS PARA ACOMPAÑAR UNA LUZ MÁS… De todas las estrategias vitales que buscamos desesperadamente para transitar estos tiempos desolados, de todas aquellas luchas y sueños que alimentamos para que, al despertar, nos acompañen en su estallido y esplendor, el encuentro de un nieto a través de la gesta de Abuelas es el acontecimiento más intenso, noble y generoso que podamos imaginar y experimentar. Un acontecimiento que desborda las explicaciones racionales, las cronologías, los tiempos lineales en los que la velocidad de los días nos sumerge más de lo que quisiéramos. Pareciera que estos trazos de luz traen consigo la fuerza y la insistencia de otros tiempos subterráneos que, lejos de extinguirse o clausurarse, nos muestran su vitalidad insurgente, sus ritmos singulares, sus persistentes latidos. Quizá se trate de una memoria sensible, aquella que contiene todo el dolor y la pérdida del mundo, pero también -y tal vez por eso- la sublevación más visceral que podamos sentir, el grito a cielo abierto, los infinitos pliegues y destellos de lo vivo, el deseo y la potencia de querer existir. Porque lo que se produce a través de estos encuentros no es del orden de la superficie de las cosas, de nuestros hábitos cotidianos, de nuestras reguladas percepciones. Lo que activan estos encuentros se vincula con una emoción profunda que no conoce de contornos ni de límites, una emoción que nos hace sentir la fuerza de esos tiempos subterráneos derramarse en nosotros. Una emoción que se abre a los afectos más puros y frágiles que nos atraviesan y nos forman. Sólo a partir de la emoción profunda provocada por esa temporalidad vibrante que aparece en la singularidad de cada uno de estos encuentros; sólo a partir de los afectos sensibles que despierta y nos hacen replantear los sentidos urgentes de los lazos que como comunidad deseamos; sólo a partir -insisto- de estos encuentros amorosos -que materializan la búsqueda incesante de nuestras Abuelas- podremos imaginar las potencias de la historia desplegadas hacia el porvenir que soñamos. A ese tiempo entonces, a esa fuerza del pasado “que se sale de sus goznes” y que nos pone en movimiento, contagia de entusiasmo, nos conmueve; a ese tiempo -digo- hay que cuidarlo como un delicado tesoro, acompañarlo con todas las formas sensibles de creación de las que seamos capaces. Porque sabemos que es a partir de allí donde se encuentra el oxígeno de toda posibilidad de futuro. Matías: Bienvenido a esta nueva / otra vida poblada de afectos. Abuelas: Toda nuestra admiración y amor infinito.
Soledad Boero
Elena busca a Juan Manuel. De todas las maneras que hay de buscar, esa quizás haya sido la más desesperada, la más urgente, la más dolida. Elena desaparece buscando a Juan Manuel. Es obligada a seguir el camino turbio donde las huellas son destruidas. De todas las maneras que hay de desaparecer esa quizás haya sido la más cruenta, la más feroz, la más espanto. 27 de diciembre de 1977. La esquina de Ramallo y Grecia. Una mujer encuentra a un bebé. De todas las maneras que hay de encontrarse, esa quizás haya sido la más cegadora, las más nudosa, la más esperanzada. Un tío espera, durante cuarenta años, que el teléfono suene y le traiga noticias. De todas las maneras que hay de esperar, esa quizás haya sido la más paciente, la más inamovible, la más empecinada. Años. Años. Un hombre busca, quiere saber. Dice: “del otro lado podía estar buscándome un hermano, un tío, una abuela". Del otro lado, dice. El lado ese que escapa a nuestros ojos. El lado que aún no hemos visto, el río por cruzar, la palabra por decir, el gesto por hacer. Los infinitos tiempos en que lo propio se despliega hasta alcanzar el punto en que podemos hacer pie. Movimiento. Una danza que es nuestra, nuestro cuerpo buscando lo propio bajo esa melodía de espanto que compusieron los verdugos. Nuestra danza. La coreografía impensada, siempre improvisada, infinita, nunca abandonada, nuestros movimientos. La posición que toman nuestros cuerpos bajo la tormenta. De todas las maneras que hay de volver esta quizás sea la más potente, la más libertaria, la más conmovedora. Desde el Siglo XV los japoneses practican Kintsugi, el arte de reparar con resina y polvo de oro las fracturas de la cerámica. No buscan ocultar la grieta. Permiten que ese rasguño, esa cicatriz, esa herida sea parte. Que esté ahí, sin disimulo. Nos rompimos, fuimos rotos, quebramos, fuimos partidos por un rayo de violencia. No vamos a esconderlo. Ni a disimularlo. Hemos hecho algo con eso. Cada día. Iluminar. Iluminar. “La herida es el lugar por donde entra la luz”, decía el poeta persa Rumi. De todas las formas que hay de celebrar quizás esta sea la más propia. La más nuestra. Una celebración que no cabe en las palabras. Sólo en este brillo de la lámpara 130.
Eugenia Almeida
Viviana, tenemos que hablar Don Antonio dice que soy buena alumna, pero que me distraigo mucho, entonces me ha puesto en la primera fila, al lado de su escritorio, para que no hable tanto con Zahira. Hoy se puso a charlar con el maestro de tercero, porque a nosotros no nos deja charlar en clase, pero él sí puede porque es el maestro. Y el maestro de tercero que es todavía más viejo que Don Antonio trajo un periódico y se pusieron a comentar no sé qué noticia de Argentina y como dijeron Argentina me puse a escuchar qué decían y hablaban de unas locas que daban vueltas en la plaza y como no entendí nada, cuando sonó el timbre del recreo le dije a Don Antonio que me quería quedar en clase practicando caligrafía y al de tercero que me prestara el periódico para copiar algunas frases y entonces pude leer bien eso que decía de Argentina y había una foto de unas señoras con pañuelos en la cabeza y un cartel que decía “aparición con vida” y fotos de gente, y una foto me hizo acordar a la foto de mi mamá en el pasaporte y también me acordé del hombre raro que fue a casa y me puse a llorar mucho y luego me enfadé porque Viviana y Horacio no me contaron nada de esas señoras ni de esa gente de las fotos y dicen que vinimos de Argentina porque aquí hay más trabajo, se creen que porque sólo tengo siete años no entiendo nada, mira si mi mamá va a preferir ser cajera en Almacenes Arias antes que ser maestra que es lo que más le gusta. Se creen que soy tonta, pero ya va a ver Viviana cuando vuelva a casa, me va a tener que contar todo. Y más enfadada estoy con Don Antonio y con el maestro de tercero por reírse de esas señoras que buscan a sus hijos y llamarlas locas, ¡qué sabrán ellos! Son como Borja, seguro que son fachas. Yo creo que cuando sea mayor voy a ser comunista. Con amor y admiración a esas señoras, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Con emoción y abrazo apretado a las hermanas y hermanos que han restituído sus identidades. Con esperanza por las luces que faltan.
Florencia Ordoñez
De los antepasados remotos que se conjuraron para que nacieras. Del orgasmo que te engendro. De los arrullos con que te acunaron desde el útero. De los deseos. De las caricias redondas. Del latido rítmico del corazón de tu mamá. De las mariposas que recorren la panza creciendo. De las hormonas amorosas impregnando hasta el futuro. Del pujo magnífico que te trajo de este lado del mundo. De las horas o minutos o segundos en que las pieles estuvieron juntas. Del pezón y su leche calentita. De la familia buscándote: los tíos, los primos hermanos, segundos, terceros, las nueras, los yernos, el árbol completo, extenso, enlazado con otros…del bosque. De la gran abuela, la que nunca deja de caminar: la que convoca a los músicos para que te canten, a los pintores para que te pinten, a los escritores, a las tejedoras, a los cocineros. De la gran abuela irradiando luz y su calor por los rincones más oscuros de la historia. Que recuerdes algo, o lo presientas, o lo huelas y te acerques. Tenemos el mate calentito esperándote, como siempre.
Silvina Parodi